Se calma mi dolor de cabeza y el zumbido de mis oídos, puedo entonces recostarme en un sillón
al lado de la ventana, miro el cielo despejado lleno de una luz intensa que hace bella la mañana,
los parroquianos van y vienen, los niños juegan con su vieja pelota, me sonrío y vuelvo a verme
en mi barrio de mis amores jugando también con mis amigos de la infancia. Ahora que escribo, sé
que siempre fui un soñador, tanto así que a pesar que para mi padre era imposible solventar mis
estudios en el Colegio Militar Leoncio Prado, quise vestir de cadete y cómplice de mi sueño -mi
querida madre- mi padre pudo convencer al abuelo y consiguió el dinero para pagar los derechos
que tenía que abonar. Hoy, sentado en el cómodo sillón cierro mis ojos y vuelvo a soñar con los
momentos más hermosos de mi adolescencia y juventud, los tres maravillosos años en el CMLP,
con mis queridos hermanos de mi promoción.
Era el 29 del mes de julio del año 1979, retiré la frazada y miré el reloj, eran las 04:00 horas de un
día que tenía que ser maravilloso. Salté de la cama y fui directamente a la ducha, mientras me
enjabonaba el cuerpo empecé a silbar la melodía del himno de la artillería del Ejército Peruano
–“Adelante, adelante artillero, que arrogante manejas el cañón, demostrando tu empuje
guerrero”…– recordando que ese himno lo cantamos en abril de 1959 a nuestro coronel director,
Eduardo Vega Castro, quien pertenecía a esa arma de nuestro ejército. No hubo el toque de la
diana, estaba en mi hogar, había asistido a todos los entrenamientos para desfilar en la gran
parada militar por fiestas patrias en el batallón de excadetes de nuestra alma mater, además, mi
hijo mayor cursaba el cuarto año y desfilaría también como en mis viejos tiempos por primera vez
ya que únicamente podían ser parte del desfile patrio los cadetes de 4to y 5to. Año. Nos habían
entregado el uniforme militar de esos tiempos lo que hizo que, muy orgulloso, saliera vestido de
verde olivo y con mi casco de oficial de nuestro ejército, cuando salía muy feliz sufrí la decepción
de que, por ser de madrugada, nadie de mis vecinos pudo apreciar al oficial que salía a cumplir
con su deber de soldado, sin embargo, tanto embargaba mi corazón de emoción -que no hice
caso- y tomé el taxi que me llevaría a mi querida alma mater.
A pesar de no haber dormido toda la noche, me encontraba completamente despierto, pero sí
soñaba con mis tiempos del hermoso uniforme azul y botones dorados, volvía a ver a Yépez,
Palermo, Del Carpio, De Salas, Pizarro, Lindeman, Ugarte, Quiroz, Merino, y otros hermanos que
encabezaban nuestra compañía de cuarto año…volver a desfilar oficialmente con todo el batallón
de nuestro amado colegio, con mi hijo adelante, como en mis bellos tiempos, era un hermoso
acontecimiento, me sentía feliz, bendecido por Dios, miraba el cielo y era en ese momento un
hombre lleno de emoción, tan igual que todos aquellos hermanos que también integraban la Cía.
de Reserva del CMLP y hoy llamada Compañía de Honor a la que todos quisiéramos integrar y
desfilar en el Gran Día.
Al llegar al CMLP éramos recibidos con todo el rigor castrense por nuestros oficiales a cargo…
– ¡A formar, carajo, dormilones… un último brigadier!
Me encontraba sentado en una de las mesas del comedor y buscaba que divisar a mi hijo; fue
suculento y bien servido el desayuno que estuvo acompañado de un riquísimo lomo saltado, no
nos conocíamos personalmente pero nuestro comportamiento era el mismo de cuando teníamos
quince años y todo era alegría, los compromisos de pago de alquiler de casa, de luz, agua, etc.,
quedaban a un lado, la única diferencia fue que nos permitieron e, inclusive, propiciaron que no
nos cortáramos el cabello, ya que éramos oficiales de reserva, preparados para la guerra. Quienes
se confundieron, que eran las vacas de sus tiempos, se equivocaron y tuvieron que aceptar la
orden del paso ligero para formar, inmediatamente nos pasaron lista, imposible haber faltado ese
día tan glorioso para un excadete. Como buen leonciopradino pude cabrearme y me entrevisté con
mi hijo, nos abrazamos y prometimos dar todo de sí para dejar en alto la prestancia ganada por
todas la promociones pasadas del glorioso Colegio Militar Leoncio Prado. Al ver a mi hijo
despedirse militarmente de mí, debidamente uniformado con su fúsil, corriendo al paso ligero
hacía el ómnibus correspondiente no pude dejar de escapar unas perlas que salían de mis ojos.
Felices, por aquel bello momento para todo leonciopradino, todos, cadetes y excadetes,
enrumbamos hacia nuestro momento de gloria que se daría en la Avenida Brasil.
La cadencia de la banda de guerra de nuestro ejército nos emocionaba más y nuestro pecho se
agitaba por el palpitar de un corazón leonciopradino henchido de amor patriótico. Cuando
ingresamos a la pista oficial del desfile, no se puede explicar con palabras este momento, es algo
que te endurece el carácter, que te hace sentir la reciedumbre de tu sentimiento a la patria, nada
se puede comparar a ese hermoso sentir que nace desde el fondo de nuestros corazones, por más
que te esfuerces, no puedes retener lágrimas de emoción, fuimos y seremos siempre militares
cuando se trate de representar a nuestra nación y ese momento era eso, precisamente, marchar a
paso de desfile, al compás de la marcha militar “Los peruanos pasan”, que, es para nosotros un
himno que perdurará hasta el día de nuestra muerte. Es aquí cuando verdaderamente sentimos el
porqué de haber sido leonciopradinos, nos entregamos entonces a la mayor demostración de
amor al Perú y a nuestro querido Colegio Militar Leoncio Prado. Como siempre, pasamos por el
estrado oficial, con excelencia militar.
¿Cansancio? De ninguna manera, jamás habrá desfallecimiento cuando se trate de representar a
nuestra alma mater y brindar honores a nuestra patria.Los que conformamos ese batallón en el
año 1979, pertenecíamos a diferentes promociones, no había restricciones, no recuerdo cuantas
compañías conformaban el batallón de oficiales de reserva, el único requisito fue cumplir con los
días de ensayos; hoy, lamentablemente, solo se puede presentar una compañía y para usar el
uniforme militar que es así como se debería desfilar se tiene que cumplir con condiciones que
emanan del Ministerio de Defensa y sus reglamentos, eso hace que existan diferencias de
opiniones actualmente, lo que es penoso.
Cuando retornamos al CMLP no nos sentíamos rendidos físicamente, estábamos completamente
dispuestos a seguir marchando llenos de energía, nos sirvieron un reconfortante y exquisito
almuerzo, frejoles con seco de res, eso fue extraordinario porque volvíamos a esos años tan felices
de unos jóvenes que estudiaban con ahínco y felicidad de haber logrado pertenecer al primer
colegio militar del Perú, donde no sólo encontramos el cumplimiento de nuestro sueño de vestir
el uniforme oficial leonciopradino, sino que además encontramos a una gran familia, cuyo amor
será eterno y que antes que cualquier deseo personal, primará siempre lo más conveniente para
nuestro glorioso Colegio Militar Leoncio Prado.
Nuevamente, me vino el adormecimiento de mi cerebro, el silbido en los oídos, la falta de
respiración al no poder expectorar, abrí la ventana y trato de aspirar el oxígeno que da la vida, me
calmo y veo que se extingue la luz brillante con la que el sol alegraba la mañana, me dije a mí
mismo: “Espero que la luz brillante de nuestra Antorcha Leonciopradina” siga viviente y alumbre
siempre nuestra gran hermandad, porque no existe nada comparable a los tres años inigualables
que vivimos entre dianas, malacates, cuadras, aulas, fusiles, borceguíes y turnos de imaginaria, en
el mejor colegio del Perú…¡el Colegio Militar Leoncio Prado!
¡SEGUIREMOS BRILLANDO, SIEMPRE, COMO AZUL HOGUERA!
Rodolfo ‘Tombito’ Mendoza
XVI CMLP