Viví en Cusco desde 1949 a 1953 y aún tengo recuerdos imborrables de esa estadía. En 1962 nuevamente mi familia se trasladó a esa mágica y linda ciudad. Es que mi padre fue empleado de la dirección de Caminos del Ministerio de Fomento y Obras Publicas y por sus méritos (jamás pidió favores) conforme iba ascendiendo iban cambiándolo de lugar de residencia y por ello recorrimos lugares hermosos de nuestra patria.
Siempre Cusco fue y será algo especial para mí. Donde quiera que vaya hablo de esos lugares de luz y energía. Allí nació mi hermana July y vi a mis padres consolidar su unión y verlos felices con sus amigos de toda la vida. Por ello, cada vez que puedo me voy para allá a recorrer sus calles, ver sus piedras, gozar del cielo azul intenso y mojarme con su lluvia. Tengo entrañables amigos de toda la vida.
En 1962 me tomaron por primera vez fotos allá y nada menos que por Julia Chambi, hija de Papa Martín. Precisamente la foto con mi madre estando en el Intihuatana me hizo prometerle que estaría allá arriba. De allí cada vez que iba y subía tomaba fotos. Lo hice con mis hijos en 1972 y les dije: antes de conocer el mundo deben llevarse la imagen de nuestra maravilla. El tiempo me dio la razón. Viajan todo el tiempo y se llenan de emoción al narrar sobre el Cusco a donde viajan cada vez que pueden.
Después regresé con la promoción de mi hijo y también les tomé algunas fotos y nos divertimos mucho (allí me clavaron la chapa de Tío Tarjeta).
Lo que es la vida. Hoy cada uno tiene su camino formado y se desarrollan muy bien en el rubro que escogieron. Precisamente me alojé, esta vez, en los hoteles de la cadena “Tierra Viva” de Rodrigo Lazarte miembro de esa promo y a quienes he visto crecer. Ya qué más.
Uno de los sueños que tenia era venir con mi XIX en nuestras Bodas de Oro y tomarnos una foto con el fondo de la maravilla. Por el fragor de las actividades de los tres años (celebramos nuestras Bodas de Oro de tercero, cuarto y quinto) no nos fue posible hacer ese viaje. Así que me prometí que haría volar el cóndor de la XIX a las alturas del maravilloso santuario. Creo que lo logré.
Tenía que irme por tierra para saborear la altura y los paisajes y así fue. Me fui en Oltursa en un viaje cómodo y sin sobresaltos. Sentado en el asiento delantero del segundo piso estuve a mis anchas gozando del panorama en esas 22 horas de viaje. (antes duraba tres días y dos noches). Buena carretera, buena señalización y buen clima. Cuando uno cruza de la costa a la sierra asimila cuán bella es nuestra patria; cuán diversas sus costumbres y realidades. Hicieron un bingo entre los pasajeros y me gané un pasaje de regreso. ¡Me obligaran a irme de nuevo y regresarme por tierra¡
Subimos Puquio sin problemas porque ahora las curvas son bien anchas y los carros grandes pueden cruzarse cómodamente porque la pista es doble. Bajamos a Chalhuanca y respiramos aire puro y nos calentamos con buen sol. Vimos a nuestro querido Abancay lleno de sol y bajamos y subimos sus calles empinadas para dejar pasajeros en el terminal. De allí nuevamente pudimos ver su esplendor desde lo alto cada vez que subíamos. Nos dimos gusto de ver el nevado Ampay con sol y rememorar las veces que estuve por allí y los amigos entrañables que conocí.
Luego fuimos bajando a Curahuasi y me llené del aire perfumado de un añil incomparable. Pasamos por la entrada a Choquequirao que será el futuro turístico de la región, asimismo, llegamos al puente Cunyacc y a Quebrada Honda que casi ni me doy cuenta porque ahora hay un hermoso puente y ya no es la quebrada intransitable que era a veces. Qué bella vista del cañón del Apurimac se divisa desde lo alto. Son imágenes que se te quedan en el alma y no tienen precio.
Fuimos llegando a Anta, Limatambo, Poroy y desde ya se veía poblaciones. Cusco ha crecido una barbaridad porque su población se ha duplicado en poco tiempo. Hoy ya no hay cerro alrededor que no esté poblado.
Qué grato es estar en sus calles empinadas y llenas de gente nativa y extranjeros. Pareciera que hay más de afuera que los de allí. Es que el turismo ha crecido considerablemente. Hay Hoteles lujosísimos, medianos, normales, hostales y hospedajes de todo precio. Todo gira para dar un buen servicio al turista.
Cada vez que viajo al interior lo primero que hago es visitar el mercado central. Es que allí se ve las distintas facetas del lugar.
Su comida, su gente, su naturaleza. En ese lugar encuentras lo real de un pueblo. Fui al mercado de San Pedro y me compenetré con el lugar. Hay las vivanderas que venden caldo de gallina con la particularidad que la gallina la ponen entera a hervir y luego la sacan para cortarla de acuerdo al pedido del cliente. Encontré la gelatina de pata de vaca que hacía años que no la tomaba.
Creo que la última vez fue en Huancayo en 1999. Es deliciosa y llena de colágeno (de repente por eso subí y baje las ruinas sin problemas en mis rodillas ¡ja, ja!).
Luego tomé un micro de transporte público para ir a Mariscal Gamarra y termine en Saylla. Qué bárbaro. Todo está poblado y ya no notas el límite entre San Sebastian, San Jerónimo y la misma Saylla. Qué bien por el progreso cusqueño. Hay construcciones por doquier y restaurantes de buena comida donde sobresalen los ricos chicharrones y el adobo.
Recorrí la cuesta de la amargura y me acordé las veces que el flaco de mi hermano Mariano tenia que subirla embalado porque mi padre lo llevaba hasta alli cuando el carro lo dejaba. O la normal de Santa Rosa donde estudié un año cuando tenía tres de edad y me recogía tía Luquina que estudiaba allí y me llevaba a la calle Márquez donde vivíamos con mis padres. Apropósito: volví a visitar esa casona, que sigue igual, y tomé algunas vistas. Es que con mis padres siempre hablábamos de esos lugares que se nos quedaron en la memoria emocional de nuestros primeros años de familia. Puede pasar mucho tiempo pero es enriquecedor para el espíritu. Después de estar otro día recorriendo las diversas calles llenándome el espíritu de calor, energía y realidad, partí a Machu Picchu.
Me sorprendí y emocioné de cómo los turistas se asombran por los bellos paisaje y altas montañas. Uno de ellos comentaba que no solo es espectacular las ruinas a visitar sino el paisaje que cambia de la sierra a la selva en un mismo trayecto. Realmente lo viví como la primera vez. Ver el cielo azul a través del coche del tren, ver los abismos, el rio, lo verde y rocoso de los cerros. ¡Ya no ya!
Llegamos a Aguas Calientes y otra sorpresa: está el triple en expansión desde la última vez que lo visité. Todo hecho de ladrillo y concreto. Calles asfaltadas y llena de hoteles, restaurantes y locales turísticos. ¡Uff…! me canse un tanto al llegar al hotel pero contento por los momentos vividos. En la tarde me fui a los baños termales y me quedé metido en la deliciosa agua caliente por más de una hora hasta que vi mis dedos arrugados y me acorde de mi hijo Pepe que su vicio era estar metido en la tina hasta que todo el era una arruga. Una vez de pequeño estaba sentado al lado de mi abuelita y al verle sus manos le preguntó: abuelita tu paras metida mucho tiempo en el agua, ¿no?
Al día siguiente tomé el bus a las 6.30 y nuevamente me llené de energía y asombro al ver el panorama único que se ve conforme vas subiendo. A veces algunas personas opinan que porqué no se moderniza y se pone un telesférico u otro aparato moderno de subida. No sería igual, Se le quitaría la magia de la subida y la sensación de estar en una aventura única.
Como siempre un ¡Oh¡ silencioso sale del espíritu de cada uno de los que vamos entrando al santuario, maravilla del mundo y es nuestra. Qué lindo verlo lleno de luz y energía. Es incomparable y se vive esas emociones solo estando allí.
Como iba cargado con mi trípode y cámaras dudé en subir a la montaña pero al ver a ancianos con sobrepeso, con muletas, bastones dije: ¡vamos! y comenzamos a subir el camino que conduce a la Puerta del Sol. A medio camino hay unos andenes desde donde la vista se nos nubla de emoción por la hermosa vista que desde allí se ve. Una cosa es verla en foto de la postal conocida en el mundo y otra es estar allí sentarse, disfrutar del momento.
Alli comencé a tomarme las fotos con nuestra casaca emblemática (regalo de Pedro Caballero), con nuestros polos donde figura nuestro escudo de la XIX Promoción del Colegio Militar Leoncio Prado. Realmente fue muy emocionante para mi recordar a mis hermanos de este largo camino de vida. Los sentí allí en cada palpitar de nuestro recio corazón, digo recio porque aguantó muy bien las subidas y bajadas)
Me quede dos horas a mis anchas allí y veía a los lejos el Intihuatana. Pensé en mamá Vicky y me aventé a estar allí nuevamente. La bajada te pone algo tembleque pero lo hice. Con calma y sin apuro recorrí toda la ciudadela. Solo sentí la perdida de mis lentes por tercera vez (las dos anteriores allí mismo los encontré). Satisfecho de un sueño cumplido por haberme tomado solo las fotos con el fondo de la ciudadela comencé a bajar y me dolió seguir. Quería quedarme allí indefinidamente. Es una sensación extraña y vigorosa a la vez.
Lo lindo era que los turistas veian el condor de la XIX en mi pecho y me preguntaban y les contestaba: ¡condorcucha XIX pe¡ y algunos se reian porque entendian y otros les quedará la duda para siempre. Es que solo nosotros nos entendemos
El viaje de retorno normal, tranquilo. Ahora los trenes ejecutivos te ponen música, y te dan un refrigerio. El servicio es bueno y hay trenes todo el día porque la afluencia es enorme. Para el cusqueño el costo es distinto y la entrada a las ruinas es gratuita.
Eso es bueno. El nacional tiene una tarifa de 160 dólares ida y vuelta. Hay otro tren mucho más económico. La entrada al santuario esta en 80 soles y el bus 50 soles.
Salimos a las 4 de la tarde y llegamos casi a las 8.30, es que cruzamos como tres veces a otros trenes y debíamos esperarlos para pasar.
Llegué al hotel con una sensación distinta. Feliz de haber logrado mi objetivo y no sentí para nada el cansancio.
Al día siguiente y a manera de relajarme me fui a comprar un par de lentes con medida para leer y me embarque en un mirabús para recorrer el Cusco e ir a Sacsahuaman lugar que conozco bien por que vivía en sus faldas y cuando era muchacho subíamos cada vez que queríamos.
Hacía un hermoso día y el cielo era espectacular. Azul intenso, floreado por las nubes blanquísimas que adoptaban diversas formas y que hacían de él una pintura. Lo recorrí con paciencia, tomándome las fotos con calma y tomando a quien me lo solicitara. Es que a veces uno se queda con una sensación media rara cuando no sales en ellas. Nunca pensé en eso porque muchas veces he tomado fotos sin salir pero este viaje fue para plasmarme en ellas y en los sitios más maravillosos e incomparables.
Gracias a la vida por esta nueva oportunidad. Sé que habrán más
Pepelucho
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