MI PRIMERA ENTREVISTA
Por : César Hildebrandt Pérez
Tribeño
Nieto de un abuelo periodista y
librepensador —Benjamín Pérez Treviño dirigió "La Razón" en Trujillo
y fue jefe de la logia masónica de esos parajes—, a mí nunca me cupo duda
alguna respecto de lo quería hacer. En el colegio militar "Leoncio
Prado" había ensayado algunas escribideras, presidido un huachafísimo club
de oratoria y editado el álbum de la promoción XIX con más audacia que tino y
sin que nadie se diera cuenta de las barbaridades allí expuestas.
No fue demasiado extraño, pues, que a los 17
añios me presentara en "Expreso" con unos articulitos que hablaban de
la novela que acababa de fascinarme: "Rayuela". Me los recibió
amablemente Manuel D'Ornellas, por entonces un joven jefe de la página
editorial del diario que refundara Manuel Ulloa, y me los publicó sin tocarme
una coma. Así había empezado esta matraca.
Siguió sonando en el
"Correo" de Luis Banchero, donde fui redactor múltiple, hombrecito
orquesta, emergencista al toque y admirador de los extraños y prolongados
suspiros de Sarina Helffgott, poeta y escritora, bohemia y no quiero saber más
qué. Sarina, desde luego, nunca me miró más que como un metete precoz. En la
sección fotografía, el jefe, un japonés, tuvo el acierto de bautizarme con el
mote de "Yoqueyomiyeche", chapa que pegó y que tenía que ver, desde
luego, con mi minoría de edad y mi fama de quejica. En todo caso, fueron nueve
meses de hacer de todo y de no recibir un centavo, injusticia que me llevó a
plantear un juicio en el fuero laboral, juicio que, por supuesto, perdí y que
fue mi primera lección de lo que podía
esperarse de los dueños de periódicos en el Perú.
De allí pasé a "Última
Hora", un diario inolvidable aunque ya por ese entonces tocado por la
decadencia. A los pocos días de estar en ese antro de pisos untados de
petróleo, en esa buhardilla temblorosa que don Pedro Beltrán había habilitado
para su vespertino favorito, me obligaron a fingir una crónica futbolera
fechada en Buenos Aires cuando realmente había sido escrita en una vieja
Remington de la redacción —así empezaron los "envíos" impostores
sacados de las primeras transmisiones por satélite—. A la mañana siguiente, don
Bernardo Ortiz de Zevallos,el director, me mandó llamar para decirme que la
añagaza le había gustado, que tenía mucho futuro y blablablá-y que me nombraba
editor del suplemento deportivo. Era finales de 1969, yo tenía 21 años, el Perú
se había clasificado para el campeonato mundial de fútbol de 1970 y el suplemento
deportivo, agrandado a 16 páginas diarias, iba a ser el atractivo de la
temporada. Así que la vida me empezaba a sonreír.
Me cansé pronto de ser editor,
metí la pata hasta la ingle un par de veces, tuve roces con Luis Curie, el
editor en jefe que censuraba mis locuras, trabé amistad con Veguita, el sobaco
ilustrado más inodoro del país —cuando lo conocí no llevaba la dentadura que
años después luciría y que, más tarde, volvería a quitarse en una sucesión de
pesadilla que desconcertaba a sus víctimas-, me fui de putas un par de días de
pago, me daba grima cada vez que tenía que corregir a algunos manganzones que
me doblaban la edad y que ni siquiera agradecían y un día mandé todo al demonio
y me fui a "Caretas". Resultaba que Igor Calvo, hermano del poeta
César, dejaba su puesto en la revista por uno en Petroperú y me recomendaba que
hiciera una prueba en el aquel entonces quincenario fundado hace una punta de
años por Doris Gibson y Francisco Igartua.
Fui y me probaron. Me probaron y
me aprobaron. Para mi desgracia, me aprobaron con creces y me pusieron
encabezando la escuálida lista de redactores. Eso me ganó el odio inmediato de
algunos (y de algunas). Una de ellas -Alfonsina Barrionuevo- fue a quejarse
donde Zileri por el atropello y a amenazar con que se iba si el ultraje no era
reparado. Parece que Zileri la mandó a la porra porque la señora dejó de
colaborar con sus notas cartográficas sobre las campiñas serranas.
La envidia era para mí una vieja
conocida. La había padecido en el colegio, en los poquitos años que frecuenté
una universidad -la Villarreal, entre 1965 y 1968-, en la atmósfera un tanto
geriátrica de "Ultima Hora". Nunca dejó de morderme el fondillo,
nunca dejaría de ladrarme. Y siempre estuve preparado para sus tarascadas. Y no
es que yo fuera especialmente brillante. Es que hacía mi trabajo en un mundo de
flojos y escribía con cierta corrección en un mundo de falsos escribas.
Para mi mayor suplicio, Enrique Zileri
resolvió nombrarme jefe de redacción -un escalafón por debajo del legendario
César Lévano, que era jefe de Informaciones- y darme una tarea adicional a las
múltiples que ya tenía: la de entrevistar a un personaje en cada número. Esto
fue porque la primera entrevista que realicé en mi vida se la hice al Búfalo
Pacheco -Pacheco Girón era su apellido-, un matón aprista a quien yo había
visto, en la Villarreal, disolver mítines comunistas con una correa incrustada
de cabezas clavas y al grito de "los rojos a Cuba, conchas de su
madre". La entrevista salió bien, al parecer, por-que la mañana de su
aparición -con fotos de Víctor Manrique- Zileri me dijo que mi destino sería
entrevistar.
PUBLICADA EN LA REVISTA
'HILDEBRANDT EN SUS TRECE' DEL 30 DE ABRIL DEL
2010
No hay comentarios.:
Publicar un comentario