miércoles, 17 de febrero de 2021

HERAUD, LA OVEJA NEGRA

 Por  : 

César Hildebrandt P.T.

Cuando el país que amo y que nos decepciona está a punto de hacerme trizas, pienso en Javier Heraud.

Mi esperanza se sostiene en Javier Heraud.

Hace unas noches vi el documental que hizo Javier Corcuera sobre el poeta acribillado y sentí que el Perú puede salvarse.

Que haya gente como Corcuera ya es bastan­te. Que Corcuera recuerde a Heraud es doble­mente estimulante.



Digámoslo de una vez: por lo que enfrentó, Javier Heraud es nuestro Miguel Hernández, nuestro García Lorca. Lo hicieron cadáver a balazos en medio del río Madre de Dios. Tenía 21 años. Era apenas un mayor de edad para el régimen civil de aquella época. Había escrito un puñado de poemas que no parecían salidos de la literatura sino de la naturaleza: fluían, brotaban, polinizaban, aleteaban. Debían no leerse sino casi murmurarse.

Y, sin embargo, la prensa de siempre maldijo a Heraud y lo mató dos veces. Lo llamó comunista -ese fue el titular de “La Prensa” de Beltrán dando cuenta de su muerte- y por eso lo decla­ró morible, asesinable, cancelable.

Luego vinieron riadas de porquería. Sobre su nombre se colgaron todos los desprecios.

Y sí, Heraud había estado en Cuba cuando Cuba era el amanecer de algo bueno. En esos años primordiales, ¿quién con alma no vio en Cuba un capítulo del futuro?

En ese paraíso tropical del hombre nuevo y la igualdad nuevecita y reluciente se escondía, sin embargo, el germen del bolchevismo comisarial. Pero eso vino después, mucho después de 1963, el año de la muerte de Heraud en Puerto Maldonado.

Heraud no podía saber que Cuba iba a ser una provincia ultramarina de la Unión Soviética, una Lituania con palmeras.

Lo que Heraud vio fue la primera alegría del socialismo alfabetizador, la pachanga de la liberación, la rumba santa de los milicianos que entraron a los ca­sinos mafiosos y rompieron lo que encontraban a su paso. Era la hora de la justicia social. Ya habría tiempo para otras sonoras matanceras.

Heraud vino al Perú después de pasar por un breve curso de guerrillero en La Habana. Creyó, en su ingenuidad de niño inmenso, que era fácil repetir la hazaña del Granma y que la hierba seca de la explotación y la desigualdad extende­ría el incendio tras la primera chispa guerrillera.

¿Quién pudo convencerlo de tamaño disparate?

No lo sé. A lo mejor, nadie lo persuadió. A lo mejor, Heraud quería intentarlo. A lo mejor, quería morirse entre pájaros y árboles.

En todo caso, el poeta que era un río se halló en una balsa y disparado por decenas de habi­tantes desde una orilla del Madre de Dios.

Ni siquiera el trapo blanco que flameó Alain Elías detuvo la balacera. Un campesino los había de­latado.

Se había entrenado desde febrero hasta octu­bre de 1962 en Cuba. Un poeta menor y envi­dioso dijo años después que todo había sido una farsa.

No, la farsa vino después.

Heraud dio su vida por el Perú. El Perú le pagó con el silencio. Fue considera­do un mal ejemplo, la oveja negra salida de un colegio caro, el clasemediero que traicionó a sus iguales. ¿Po­día haber alguien peor?

¿Fue un héroe? Claro que sí. Si te matan en medio de la selva porque quieres re­fundar el país que te hiere y te subleva, ¿qué eres? Heraud, en todo caso, no fue el bandido castrista que pintaron los diarios de la época. Se jugó entero por un ideal y fue devorado por su propia ilusión.

Fueron pobladores los que detectaron en aquel grupo que había entrado por la frontera boliviana a forasteros dignos de sospecha. Heraud creyó que esa gente los acogería.

Quizá el poeta ignoraba cuán resignado estaba aquel pueblo que debía redimir. Quizá nunca se interesó en la historia del Perú. Porque eso lo habría llevado a la conclusión de que la pri­mera rebeldía republicana de nuestro país hubo de importarse de argentinos, chilenos y grancolombianos. Y que durante la ocupación chilena las traiciones no escasearon en la sierra de los grandes hacendados y en la cos­ta de los exportadores de azúcar. En la selva lo único importante que ocurrió fue que perdimos territorios a manos de Brasil y Co­lombia y vimos el intento de una república autónoma en Loreto, en 1896.

Eso importa poco ahora. Lo decisivo es que Javier Heraud Pérez quiso hacer justicia por su propia mano guerrillera y fue baleado hasta la muerte cuando huía, desarmado, en una balsa al lado de Alain Elías.

Nos hemos librado de Heraud porque así de astutos somos los peruanos. Borrándolo, nos sal­vamos de recordar que un hom­bre bueno hasta el aturdimiento llegó a la conclusión de que al Perú sólo lo salvaría la indigna­ción armada.

¿Cómo era eso posible en un país donde Manuel Prado era presidente y Belaunde sería su sucesor? ¿Cómo era eso posible en una nación donde la prosperidad se veía en los nuevos ba­rrios y en el alza de nuestra minería? ¿No ve­nían empresas de Utah a invertir en el cobre? ¿No era la revolución verde, la mejora genética de los sembríos, una promesa de abundancia?

A Heraud se le maltrató como a pocos. Nadie salido del sistema reconoció en él ni siquiera la generosidad de su sacrificio. Y cuando, muchos años después, llegó Sendero Luminoso y la revolución tuvo cara de Pol Pot y hábitos malignos de Mao, todo fue más fácil. A todo intento de cambiar las cosas se le llamaría “terrorismo” y cualquier redistribución de la renta recibiría el sambenito de “populista”.

En el discurso de los vencedores, de los que controlan la gran prensa y la televisión, la his­toria con mayúsculas y la opinología en letra menuda, en esa narrativa imaginaria el estable­cimiento es Roma y quienes disentimos somos bárbaros.

El problema es que el Perú es una Roma que sólo construyó el coliseo. Y si los bárbaros son como Javier, ya sabemos quiénes habrán de prevalecer.

Fuente: HILDEBRANDT EN SUS TRECE N° 526, 12/02/2021  p12

https://www.hildebrandtensustrece.com/

EL VIAJE DE JAVIER HERAUD

sábado, 13 de febrero de 2021

XX PROMOCION EN SUS 50 AÑOS DE INGRESO

 XX PROMOCION – 50 AÑOS DE INGRESO



Recibí la invitación de Augusto “Chany” Álvarez Echaiz, presidente de la XX promoción para acompañarlos en una reunión por los 50 años de ingreso.

Pensaba, mientras me dirigía al colegio, que el año pasado con mi promoción XIX  nos habíamos reunido para darnos un abrazo interminable por los 50 años de conocernos y en el que nos encontramos con hermanos que no veíamos hace años.La promoción XVIII también había hecho lo mismo en el 2011.

Este año sería distinto porque el nuevo colegio ya estaba en funcionamiento y sería buena ocasión de verlo en actividad.

Augusto y su comitiva habían preparado un programa especial a desarrollarse en la mañana.

Poco a poco , a eso de la 10 de la mañana fueron ingresando los muchachones de la XX.

Con esta promoción me une una gran amistad puesto que allí están dos hermanos de toda la vida: los famosos ( cada uno por sus propios méritos) Fernando Fernández Gómez (negro) y Teo Alain Chambi , así como  la sétima de 1964 de la fui su monitor y pude reencontrarme con Coco Cruzalegui,Angel Rubio,Arnold Camilo Enrique Liendo Bergamini,Luis Guerrero, el gordo Gonzáles Bruce, todos en buena forma física y espiritual.(así pasen los años seguirán jod….)


Era muy emocionante ver cómo se abrazaban cuando se reconocían porque había algunos que no se veían desde que salieron en 1965.

El negro Fernandez llegó en el bus parrandero donde llegó un buen grupo y muy alegres.

Ellos fueron juntándose por secciones en forma ordenada  para visitar las instalaciones.

Fuimos al auditorium que esta amplio y aun le faltan implementar las butacas ;a la cancha de futbol donde están instalando la pista de tartan para el atletismo.Seguimos al salón múltiple donde se  desarrollaba los juegos de ping pong para seguir con la piscina que esta ya operativa y donde se desarrollaran la pruebas de natación.Casi todos desembocaron en el monumento al patrono del colegio en donde se tomaron fotos por secciones .Luego pasamos por las cuadras y ello nos permitió compartir un tanto con los cadtes de los tres años.Cada uno hacia su comentario con los cadetes haciéndoles saber que hace 50 años también estaban así de pequeños pero con unas ansias enormes de aprender en el famoso CMLP. A los de tercer años se les enseño las palmas leonciopradinas y los tres hurras militares. A los de quinto se les inculcó que aprovechen cada minuto de su estancia porque después iban extrañar al colegio.Lo cual es muy cierto y ese es uno de los pilares de los reencuentros y del porque cada promoción sobrevive hasta ahora.

Después se realizó una ofrenda litúrgica para los que habían partido a formar los escuadrones eternos. Emotiva reseña de los que nos adelantaron en el viaje. Escuche nombres de “perritos” queridos porque tuve el gusto de estar con ellos a traves del tiempo.Mas aun en esos momentos el “negro Balmaceda” se despedía en Miami. Profundo respeto por ellos brindaron todos los asistentes quienes oraron con mucha fe. 

Allí nos alcanzaron los monitores de la XVIII  que tuvieron a su cargo la formación de la XX promoción.con Domingo Leo a la cabeza ,lo acompañaron correctamente vestidos de manera uniforme con sus saco azul, pantalón plomo y corbata roja,Oscar,el mono,Flores,Alejandro Carrillo, Carlos Solari( gran amigo de la infancia pues estudiamos en 5 de primaria en el colegio Nacional San José de Chiclayo),Ángel Liza y Javier Reategui.Su presencia fue muy apreciada por los presentes.Tambien se hicieron presentes el S:O: Esquerre (Tobi) que parecía un cadete mas joven que los presentes al punto que los de la XVIII al reconocerlo lo abrazaron con mucha emoción.Estuvo también el prof.Tomas Sighio que a sus años se emocionaba cuando lo reconocían sus alumnos de hace medio siglo.Tambien nos acompaño nuestro querido “chiguizo”Eduardo García que en esa época era Tnte. Y llegó a ser el primer exalumno leonciopradino en dirigir nuestro famoso colegio. Eduardo me contaba que en esos momentos su nieto se incorporaba a la Escuela de Oficiales de la FAP y que tuvo que escoger sus emociones y lo hizo acompañando a sus pupilos en un día inolvidable e irrepetible. Carlos García Bedoya fue el maestro de ceremonias de los diversos actos y lo hizo como siempre con sobriedad y poniendo el orden cuando era necesario.

Seguidamente estuvimos en el moderno auditorium donde Sammy Angulo hizo una reseña fotográfica de aquellos años y se ganó los aplausos de la concurrencia( mas de 120 exalumnos).Asimismo el presidente Augusto Álvarez dio su discurso de agradecimiento a sus hermanos y a los señores invitados.Al final se cantó el himno del colegio con mucha emoción.antes de salir y fuera de programa, los monitores sorprendieron a la concurrencia cuando Domingo con palabras de reconocimiento entregó un presente al presidente y finalmente el Dr. Herminio Hernández, brigadier general de la XVIII y hoy presidente en sus bodas de Oro ,dirigió también palabras de agradeciendo y reconocimiento por el lindo día del recuerdo.

Aplausos y abrazos por doquier antes de ingresar al remozado comedor porque ya se escuchaban voces que el hambre estaba matando.

En el comedor con mesas muy bien distribuidas se hizo el brindis de honor con vino y también se ofreció un buen chilcano de pisco para preparar la buena papa a la huancaina de entrada y el clásico seco con frejoles. Gran alegría de los muchachos de ayer y de siempre que se ordenaron por secciones(una buena característica).

Al final Fuad Ali, dirigió una arenga por el día y presento a Augusto quien entregó a Herminio y Domingo un panel de agradecimiento de la XX a sus monitores con su foto incluida. Gran momento que será difícil de olvidar.

Felizmente están las fotos y los videitos que permitirán recordar a quienes fueron en ese día inolvidable para los que estuvimos allí.

Gracias Augusto, negrito, mis queridos treintones, mis muchachones de la sétima y tantos hermanos menores que permitieron meter más vida a mi espíritu.

Pepelucho



























https://1drv.ms/u/s!ApP9QCHRsg8yghgiDm_MB-COuWMe?e=l7vcxM fotos


https://youtu.be/PMQSbHj_UOI videito


https://youtu.be/2KkQbw3PXwU videito


https://youtu.be/waXeHAzR0a8 videito

miércoles, 3 de febrero de 2021

CRONICAS DE MAX MEZA ESTUPIÑAN

Por : Max Meza Estupiñan

Max es un peruano radicado en Alemania desde hace muchos años que promueve charlas científicas a través de las distintas herramientas virtuales para conocimiento de todos los latinoamericanos.

Max nació en ChIclayo y fue abanderado y Brigadier General de la Primera Promoción del Colegio Militar Elias Aguirre de esa ciudad.

Después de estudiar Administración en la Universidad de Lima, hizo estudios de especialización e Ingeniería de Sistemas y trabajó en ese campo durante varios años en varias empresas.

Se independizó y formó su  firma de consultoría empresarial donde desarrolló proyectos en diversas áreas, especialmente en empresas de la lista Fortune 500. 

Despues de haberse retirado emigra a Alemania donde continua asesorando empresas pero su interés principal es llevar a cabo proyectos de impacto social, especialmente para el Perú. El más interesante es un meetup de conversación en español (meetup.com/espanol-en-Hamburgo) que lo ha configurado como una plataforma de integración y desde el cual ha conseguido el apoyo para los otros proyectos; en ese grupo existen miembros que  aunque residen en Hamburgo provienen de más de 90 países;  la mayoría son jóvenes con altas calificaciones académicas y con ganas de aportar a la sociedad.

A continuación, Max nos regala dos de sus crónicas que son sentimientos reales de sus vivencias familiares.

FOTO 


PARA LA GORDITA

La encontré en el jardín. Estaba en su rincón, arropada por plantas y flores  con la facilidad que daban su dos añitos, agregando frescura a la frescura,  color al color. Estaba en su refugio -ese lugar que, desde que aprendemos a  caminar, nos reservamos en exclusividad para nosotros y que vamos  reinstalando en cada estación de nuestro andar-, y, como el rocío que salpica  los pétalos de una flor, pequeñas lágrimas se deslizaban por sus mejillas.  La encontré en el jardín. Estaba en su rincón, arropada por plantas y flores  con la facilidad que daban su dos añitos, agregando frescura a la frescura,  color al color. Estaba en su refugio -ese lugar que, desde que aprendemos a  caminar, nos reservamos en exclusividad para nosotros y que vamos  reinstalando en cada estación de nuestro andar-, y, como el rocío que salpica  los pétalos de una flor, pequeñas lágrimas se deslizaban por sus mejillas. 


Yo llevaba escondido en la palma de mi mano izquierda el ´"espejito mágico", uno de esos que  las mujeres tienen siempre en la cartera para la certificación privada y cuasi notarial de su  belleza. Mientras lo ponía delante de su carita, le pregunté ¿quieres ver la foto de  una niña feliz? Al mirarse reflejada, su primera reacción fue de sorpresa y luego de  diversión; se levantó, estiró sus bracitos y me estrechó, ahora contenta: la pena  quedaba atrás. 

El juego del espejo se convirtió en un protocolo familiar y remedio casi infalible   para atender casos de pena o de cólera, o, simplemente, recurso para jugar una   broma. Naturalmente, no faltaron las ocasiones en que el resultado fue como  echar más gasolina al fuego, pero fueron las menos. La receta funcionó y más bien surgieron   algunas variantes, siempre buscando la diversión y desafiando al ingenio. 

Son recuerdos que evoco sentado aquí en el parque. No sé hasta qué punto cosas como esas   preparan para la vida; quiero decir, un pequeño siempre asimila y, tal vez, una broma tan simple   como esa haga más que transmitirle cariño y le enseñe a mirar con esperanza la realidad detrás   de una foto, la vida detrás del espejo. 

Han empezado a llegar los niños y es un milagro que el parque sobreviva al paso de tantos  piratas, vaqueros, princesas, seres de otra galaxia y súper héroes, que protagonizan batallas en  las que nadie pierde pues el premio de la diversión alcanza para todos. Mi entretenimiento particular es ponerle nombre a cada película y no me aburro, pues todos los días son de  estreno. 

Mi esposa se ha quedado en casa leyendo y yo preferí salir a caminar. Hace varios meses que no vemos a ninguno de nuestros hijos y los extrañamos mucho. Aun cuando hoy en día es muy fácil comunicarse con cualquiera en cualquier parte del mundo, tratándose de los hijos lo que uno quiere es tocarlos, hacerles las mismas caricias que cuando eran niños, revitalizarse en su  compañía, vivir las fotos nuevamente. 

Mi hija mayor prometió visitarnos el mes pasado, iba a venir sola pues el trabajo de su esposo y  los colegios de sus hijos terminan todavía dentro de tres meses, pero, como ella quería vernos  ya, se pusieron de acuerdo para que se diera una corta escapada y nos visitara. 

Desafortunadamente, surgieron nuevos compromisos de trabajo y tuvo que postergar su viaje, no se sabe hasta cuándo. 

Es ahora mediodía, los niños y sus acompañantes se dan un buen respiro y están refrescándose, unos con helados, otros con gaseosas, todos manchándose la ropa como corresponde a un niño que juega: es parte del uniforme. Han pasado algunas horas desde que vi surcar el cielo los aviones que llegaban y partían del aeropuerto. Tomando en cuenta la distancia a nuestra casa y el tráfico de la hora, mi hija hubiera tenido tiempo más que suficiente para haber conversado con mamá, terminado el desayuno y, enterada de que yo estoy en el parque, salido a buscarme.  Esta ha sido la hoja de ruta mental que agregué a mi rutina desde que postergó su viaje y que repaso diariamente, como si se tratara de un conjuro. 

Sin embargo, hoy no es un día más: veo venir a una señora joven, linda, sonriente, que agrega color al color, frescura a la frescura; que, asombrosamente, se hace más pequeña mientras avanza hacia mí y, mientras yo acerco mi mano para limpiar las gotas de rocío que han caído sobre sus pétalos, ella, enseñándome lo que traía escondido en su manita, me pregunta:

¿Quieres ver la foto de un hombre feliz?

Hamburgo, noviembre de 2010 

Max Meza


CARICIA 

El cielo de Lima luce azul: ya no tiene ese „color panza de burro“, como lo bautizó uno de  nuestros más conocidos arquitectos.  

Mi padre y mis hermanos acompañan a mi madre en el salón; yo, como hijo hombre mayor,  recibo a los amigos que desde temprano comenzaron a llegar. 

Acompañado por su esposa, se acerca Antonio, tan reputado académico y consultor de  empresas como autoproclamado agnóstico. Luego del saludo me observa sorprendido – siento que más con ojos de sicólogo que de amigo-, y, al pasar, me dice: “pero tú estás  contento”. Lo observo mientras ingresa, y recuerdo tantas conversaciones nuestras en las  que casi siempre le comento que, después de tanto tiempo trabajando con las ciencias, me  extraña cada vez más lo paradójico de, por un lado, ver aplaudir con entusiasmo, por su  genio creativo, al inventor de un artilugio y, por otro, remitir escépticamente a una tirada de  dados el orden natural que nos rodea. 

La verdad es que Antonio tiene razón, me siento contento desde que recibí la noticia. Estaba  trabajando en la computadora cuando llegó la llamada de larga distancia, de mi hermana  mayor. Tratando de quitarle dureza al mensaje –pienso-, me lo dijo en inglés: “mamá passed  away”. Mi reacción no fue de tristeza sino de alegría, pero no cualquier alegría, sino de una muy profunda, de esas que se sienten cuando nace un hijo, cuando te dicen “yo también te  amo”, fue como si, en vez de mi hermana, la llamada hubiera sido de mi propia madre  diciéndome “no te imaginas lo bien que estoy”. Así fue. 

Las ceremonias han terminado y estamos de vuelta en mi casa; afortunadamente, no ha sido necesario recurrir a hoteles ni a casas de amigos y, de esa manera, le hemos quitado espacio  a la soledad. Aprovechamos para ponernos al día; mi padre está tranquilo y muy distraído con los nietos: es la primera vez que los tiene a casi todos juntos y no quiere desaprovechar la ocasión de engreírlos.  

Los retornos empiezan muy pronto: en Lima sólo vivimos mi hermano menor y yo.  Desandamos el camino al aeropuerto y ahora los abrazos son de separación, volvemos a lo nuestro y toca asimilar la certeza. Sabemos que la fortaleza que se construyó por unos pocos días se ha desmantelado y que cada uno deberá librar solo su combate, hacer su propia lectura, incorporar esas nuevas notas a su propio pentagrama. La vida continúa: todas las vidas continúan. 

Ha pasado un mes.  

Hoy es domingo y, luego del momento central de la celebración, estoy de vuelta en mi sitio.  De pronto, me invade una gran desazón, me siento muy triste, pero eso no dura casi nada: una voz de mujer me dice “no te preocupes hijito”; miro a mi alrededor y no hay nadie cerca, pero no busco más, pues, como antes, como siempre, esa caricia me devuelve la alegría. 

Max Alfredo Meza E. 

Hamburgo, noviembre del 2010