sábado, 28 de enero de 2017

Mis recuerdos de 1959 en el CMLP



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Rodolfo Mendoza
  XVI CMLP
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– ¡Rodolfo, son las 06:00 horas, me dijiste que te levante, que era importante para ti salir el día de hoy!
– Sí, gracias, mujer, gracias, ya me levanto.
Pude ver a la madre de mis hijos muy diligente sirviendo el vaso con jugo de naranja, la taza decafé pasado de todos los días, un plato con dos tostadas y queso para untar. Ya no era mi adorada Paola quien se encargaba todas las mañanas de atenderme en el desayuno; los dos nos sentíamos desolados, tristes, pero a la vez su recuerdo nos animaba a ser más unidos y así tratábamos de conseguirlo.
El dolor que sentía me hacía querer volver a vivir mis años más felices para calmar mis afligidos sentimientos y había decidido visitar mi querido colegio militar, donde tuve los tres años maravillosos de mi vida juvenil, y estoy seguro que también así lo sienten mis hermanos; hermanos de toda la vida con quienes compartí los más bellos y añorados años de estudiantes de la secundaria.
El mar parecía alegrarse de mi presencia, estaba parado en el acantilado frente a la nueva puerta principal del CMLP en la avenida Costanera y sus calmadas olas parecían saludarme de esa manera, con la calma silenciosa de su ir y venir acompasado al chocar y retirarse de las rocas que hoy existen en ese viejo lugar donde nosotros, los bravos soldados leonciopradinos, bajábamos para realizar nuestras marchas de campaña, todos los días sábados de cada semana.
– No es día de atención señor, pero siendo usted un excadete, haré una excepción y lo dejaré pasar, ya que quiere usted recordar sus grandes y hermosos días de leonciopradino… pase usted, señor.
– Gracias, suboficial, Dios lo premiará, por apoyar a este viejo cadete que quiere quizás, despedirse ya, de su alma mater.
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El pabellón central es el mismo de hace exactamente cincuenta y seis años, cuando adolescentes que anhelábamos vestir el uniforme del Leoncio Prado, llegábamos presurosos, entusiasmados, bien preparados académica y físicamente para postular al primer colegio militar de la República.
Viejo, con los mismos colores pero completamente descuidado por lo peligroso de ingresar a sus instalaciones, permanece nuestro Pabellón Central, otrora esplendoroso edificio administrativo.
Recordé cuando por primera vez vine acompañado de la Tinita, mi madre, para presentar mis documentos y pude ver cómo un candidato para monitor se cuadraba ante su superior y eso me hizo sentir una emoción que embargaba mi corazón, acrecentando mi anhelo de ser un leonciopradino.
Miré a mi izquierda y derecha y ya no existen esas instalaciones por las cuales recorríamos todos los días en la mañana, en la tarde y en la noche. Todo es moderno ahora, todo es reluciente y con un color diferente a nuestros gloriosos años, a nuestros inolvidables momentos en que supimos aprender de nuestros cadetes superiores, los aspirantes y técnicos de cuarto y quinto año, quienes se diferenciaban de los de tercer año por las caponas granates y negras a diferencia de las celestes de los nuevos ingresantes; en ese año inolvidable, en ese año maravilloso para nosotros los componentes de la Décima sexta promoción del Colegio Militar Leoncio Prado.
Sentí nuevamente ese agudo dolor en el pecho y esa falta de respiración, pero me acordé cuando en ese primer día en el mes de marzo de 1959, después de haber  recibido todos nosotros, los uniformes de aula, los borceguíes y prendas de cama, nos hicieron salir de nuestras cuadras y nos hicieron formar para…
– ¡Perros, hoy se acabaron los mimos de mamá y los consentimientos de papá! ¡Hoy, empiezan ustedes a convertirse en verdaderos hombres, espero que así sea, pero lo veo difícil, no sé cómo han podido ingresar!… ¡Cuadrarse, carajo!
Cada uno de nosotros se sentía herido en su amor propio, y eso es lo que buscaban nuestros monitores, eso querían, que nos picáramos y comenzáramos a demostrarnos a nosotros mismos que sí podíamos convertirnos en verdaderos cadetes del CMLP, a eso habíamos llegado; habíamos decidido convertirnos: en la mejor promoción del primer colegio militar del Perú.                        
Cerraba mis ojos y volvía a ver a todo el tercer año marchando con los uniformes nuevos que nos identificaban, como los nuevos perros del CMLP. Volvía a ver al cabezón Benavides cargoseando al compañero de adelante, al flaco Deza, fregando la pita a O´Hara, su “yunta” desde novato.
Incomparable la seriedad y firme decisión de marchar disciplinadamente de: Pizarro, Wong, Akamine, Olaechea, Linderman, Teddy, Llontop, Chacón y Mojovich, quien apenas podía levantar la pierna al paso de desfile, claro era muy chiquito todavía. Mi nostalgia, el dolor en el pecho y tristeza personal, entonces, se calmaban al recordar esos lindos y memorables momentos que pasamos toda la dieciséis en nuestros inicios de leonciopradinos.
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El colegio interiormente parecía compartir mi añoranza, mis hermosos recuerdos y sentía al igual que yo una profunda tristeza al verse desolado, gris y en un silencio obligado por la salida de paseo de todo el batallón de cadetes por ser fin de semana. Volvía a envolverme la neblina eterna que se pasea siempre por toda la pista central y que nos hacía temblar de frío. Me parecía vernos saliendo del comedor rumbo a nuestras cuadras, momentos que aprovechaban los cadetes de cuarto para aprender su don de mando y aplicación de castigos físicos por no estar conformes con sus ordenes de ‘orden cerrado’. Sin embargo, los cadetes de quinto, aprovechaban esos momentos para que a algunos les cantemos canciones que les hacían recordar a sus enamoradas que los esperaban ansiosas cada salida de los sábados. Habían otros técnicos que demostraban su madurez, su verdadero rol de hermanos mayores y nos enseñaban el porqué deberíamos aprender a ser buenos cadetes. El prestigio de los leonciopradinos a nivel nacional e internacional se debía a eso, precisamente; ellos también habían adquirido esas enseñanzas de caballerosidad, de ser buenos compañeros de promoción, buenos estudiantes y, sobre todo ejemplos, de decencia, prestancia y caballerosidad por parte de sus superiores; así como desde las primeras promociones, por tradición, se iba delegando esa excelente representación leonciopradina de generación en generación a través de los años. La XIV CMLP, supo enseñarnos todo ese gran ejemplo de virtudes, y pudimos aprender sus enseñanzas que después supimos también aplicar en el nuevo tercer año, la XVIII promoción. Es por ello que en los Juegos Deportivos
Leonciopradinos y en todo tiempo y lugar en que se encuentran los leonciopradinos, se reciben muestras de cariño fraternal y apoyo decisivo en las expectativas de necesidades que tengamos los leonciopradinos.
Lo de perros, al ingresar al colegio militar es porque representamos al novato, al aprendiz de caballero cadete, al adolescente que se convertirá en hombre de provecho para lo cual será capaz de afrontar y dar soluciones a las distintas vicisitudes que superaremos en el colegio y que mañana más tarde afrontaremos en nuestras vidas.
4-16El pabellón Dullio Poggi -las cuadras de quinto año- no se podía pasar por su frente ya que era lugar sagrado, era el bastión principal de las vacas de 1961. Suspiré hondamente, en su lugar, hoy existe un anfiteatro donde siempre los excadetes nos tomamos las fotografías de rigor después del desfile del reencuentro. ¿Cuántas veces tendí camas en ese pabellón? Una sola vez, cuando ocurrió el bello gesto del Dante –el cadete Balleggi– Todos mis males corporales y espirituales, se calmaron, se esfumaron por esos dulces momentos al estar nuevamente en el año 1959, el año de las vacas de la catorce, el año de los monitores: Hans Peter Plogg Whener, Vega Boggio, Adhemar Sierralta, Busse, Cusatto, Verano Figallo, el año de los técnicos, Manuel Poggi, Rafael Goyzueta, Luis Maezono, José del Solar, Rómulo Palacios y otros. 1959, el año del nacimiento de una nueva promoción que se elevó a su gloria hace exactamente cincuenta y seis años. 
Siento que mi corazón se agobia, quizás por la tristeza o quizás por la emoción que siento al recordar esos años tan maravillosos. Sigo adelante y recuerdo el comedor en sus horas de atendernos con suculentos platos que se preparaban en esos tiempos y cuyas horas de atención servían, también, para recibir enseñanzas positivas de parte de los jefes de mesa, quienes sabían por sus antecesores que así debía ser, había madurez en los cadetes de quinto año y eso nos hizo aprender a ser formales en nuestros actos personales. El Colegio Militar Leoncio Prado tiene diversidad de tradiciones que ayudan al adolescente ir creciendo en cultura, en fortalecimiento del carácter y, porque no decirlo, asimismo en aprender a ser sagaz, lo que redundará en su futura vida de hombre maduro. Se aprende a dar soluciones en diversidad de formas los problemas que se irán presentando como estudiante, como persona común y corriente y también como profesional. Nada será imposible, todo tendrá sus soluciones, nada se opondrá a seguir adelante con Disciplina, Moralidad y Trabajo.
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Recordar 1959, es volver a estar con los técnicos de la décima cuarta promoción, ellos nos elevaron el yo personal, que nos hicieron ser responsables de nuestros actos, también aprendimos de ellos a ser magnánimos, aplicando la bondad de nuestros corazones, creyentes de un Dios superior que nos ama sobre todas las cosas. Fui despidiéndome de cada rincón imaginario de los años de mi vida estudiantil, no son los mismos edificios, pero se siente aún sus olores, su calor, su palpitar porque son lugares donde acrecentamos nuestro saber y sobre todo nuestros sentimientos de grandes leonciopradinos.
Agradecí al suboficial por su gentileza de hacerme pasar a mi alma mater. Ya se habían esfumado los  malestares, la tristeza, la emoción de volver a recorrer mis pasos en el CMLP. Ahora sentía una profunda alegría de saber que mi querido centro educativo seguía siendo el mismo en preparar a jóvenes que serán los que engrandecerán a nuestra patria. Compré un ramo de rosas, las besé y las arrojé al mar de la costanera en señal que el Tombito de la Dieciséis, era feliz por haber logrado junto con sus hermanos de promoción, seguir siendo, los caballeros cadetes… del Colegio Militar Leoncio Prado.
    ¡Seguiremos brillando siempre, como, azul hoguera!

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